¿Qué nos provoca tanto la música que puede influir en nuestros estados de ánimo?, me pregunto. Desde que tengo recuerdo me encanta la música, de todo tipo (casi), y es una compañía constante en mi vida. Es el fenómeno emocional más importante, siempre me convocó sentimientos. Es mi forma de acceder a las emociones. Ciertas cosas que me pasan, las siento a través de la música, o la literatura. Siento que “los poetas” dicen mejor las cosas que yo, encuentran la forma de poner en palabras/música, lo que siento (por algo ellos son poetas/músicos y yo no, jeje).
Para algunos la música es un misterio evolutivo. Porque todos si vemos bien, podríamos decir que todos los fenómenos del ser humano tienen una explicación fácil en cuanto a la adaptación al medio. Los buenos, los malos, todos. Por ejemplo: por qué hacemos guerras, porque si nos remontamos al paleolítico y pensar por qué una guerra tenía sentido. Por qué tenemos celos, porque si quiero que mis genes se reproduzcan lo mejor posible, (aunque hoy no tenga sentido), tiene un sentido adaptativo. Y así podríamos estar con casi todos los fenómenos humanos. Pero, ¿y la música? ¿Por qué nos ponemos tristes escuchando música triste? ¿Por qué nos alegramos al escuchar música alegre? ¿Qué sentido tiene que nos dediquemos a gastar emociones simplemente porque las cuerdas de un violín o las teclas de un piano, o una forma de cantar nos conmuevan? No pareciera ello tener un sentido adaptativo muy claro, verdad? Sin embargo hay música en todas las culturas; es decir, hay algo por lo que a los seres humanos nos distingue nuestro gusto por la música y que eso nos provoca emociones. Por eso es un misterio evolutivo.
Basándonos en los recuerdos, tanto a nivel olfativo como a nivel visual o auditivo, todo lo que entra a través de los sentidos, va a parar a nuestra memoria y contrastan con los recuerdos que tenemos almacenados ahí. Por ejemplo, nos sucede cuando olemos algo e inmediatamente nos evoca a nuestra infancia; o cuando probamos una comida que nos recuerda a lo que nos cocinaba la abuela: vamos directamente y sin escalas a revivir ese momento. Con la música nos sucede lo mismo: algo que escuchamos, más allá si nos gusta o no, nos remite a un momento especial atesorado. En lo personal, me gusta mucho compartir la música; últimamente y sobre todo, con mis hijas. Me gusta compartirles lo que escucho. Por ejemplo hace poco fuimos al último concierto de Elton John en Los Ángeles; y hace unos días Felicitas me dijo que ella no es tan fanática de Elton como yo. Me encantó que me lo haya podido decir, es algo realmente grande. Y lo que más me gusta, es que ella en el futuro va a escuchar a Elton John, aunque no sea de su agrado, pero va a recordar cuando fuimos al recital, o se va a acordar de momentos que compartimos juntos, va a ser una especie de disparador de memorias, de recuerdos. Solo espero que esos recuerdos le saquen una sonrisa, que sean recuerdos alegres, que conecte con cosas lindas.
Hay dos razones para que exista el fenómeno de la música. Una es la cuestión colectiva: la música nos une, funciona para hacer de nosotros un grupo, y esa es la razón de la supervivencia de la música en las culturas: cantamos juntos, y eso fomenta mucho la unión, el sentido de grupo, te identificas con tu grupo. Por eso la música es tan generacional también, no? La podríamos ver de esa forma porque es justamente un fenómeno colectivo. Durante la pandemia por ejemplo, era común escuchar música en los balcones, comunicándonos, bailando y cantando en los balcones. La música nos unió en la pandemia.
Otra cuestión puede ser la de acentuar nuestras emociones. Si estamos tristes y escuchamos una canción triste, nos ponemos más tristes aún. Y la tristeza, o la alegría, tiene un sentido adaptativo, igual que los miedos y la ira. Podemos buscar una canción para cada tipo de emoción. Estas razones son adaptativas y no quiere decir que sean buenas y que tengamos que aceptarlas. No siempre es bueno unirnos a un colectivo porque tengamos un himno en común; es decir, no siempre es bueno poner música triste para estar más tristes aún.
Puede ser que sea un instrumento para ayudar a gestionar nuestras emociones, para canalizar nuestras emociones. La música calma a las fieras. La usamos para relajarnos, para meditar. Es un instrumento fantástico para modular nuestras emociones. Si estamos mal y nos queremos animar, basta una canción que nos haga “subir” el ánimo. Siempre dentro de lo que nos gusta. Al contrario, cuando estamos allá arriba, podemos poner una canción, música para bajar, para relajar.
Podemos acomodar nuestro estado de ánimo con la música; es la herramienta más potente. A pesar de tener tantas posibilidades y herramientas, creo que la música es la más fuerte de todas. Basta poner una canción y cerrar los ojos para dar rienda a nuestra imaginación que nos transporte, que nos lleve donde queremos ir.
Tengo amigos que usan las canciones tristes cuando están tristes, y se ponen más tristes aún. Para ellos está bien que sea así. Recrear y reviven esa emoción, acentúan sus sentimientos.
La mezcla de sentimientos y razón es esencial a la hora de escuchar música. Por ejemplo, poner canciones que nos llevan recrear el duelo amoroso, un “se acabó”, es muy sano. Pero en el mismo caso poner canciones como si esa relación siguiera ahí, y seguir dando vueltas como si la relación no se hubiese terminado, podría ser malo. Esto sucede porque la oxitocina pide que lo hagas así, porque en el paleolítico estaba diseñado así. En esa época no tenía sentido dejar a alguien, a lo sumo vivías 15/20 años más que la media, entonces lo que tenías que hacer era quedarte con la misma pareja, con la que tuviste 20 hijos, tratar de sacar los más posibles adelante y dejar de pavadas. Eso dice la oxitocina, y por eso hay tantas canciones de “no puedo vivir sin ti”, verdaderas toxicidades emocionales. Estas canciones acentúan un sentimiento tóxico. Los cantantes saben de esto, porque son las canciones que más venden porque “encajan” con las hormonas, porque generan vínculo entre el autor y el público. Lamentablemente nuestras hormonas son tontas, no saben que el mundo ha cambiado y les cuesta enterarse del duelo amoroso, de que los celos no tienen sentido en el mundo moderno, y otras tantas cosas que hoy no son sanas. Hoy estamos en el siglo XXI y ya podemos decidir. Tenemos una gran variedad de músicas y canciones que nos pueden ayudar a equilibrar y adaptarnos a lo que racionalmente podemos hacer, sin estar presos de nuestras hormonas. El amor ciego nos puede llevar a algo destructivo. No se confundan, no digo que el amor no es hermoso; estoy hablando del amor ciego, que es distinto. Entonces, antes que las hormonas tomen el control, antes de asumir riesgos, creo que es mejor utilizar esta herramienta hermosa que es la música.
Resumiendo: tenemos un instrumento maravilloso para gestionar nuestras emociones, nuestros momentos. La música conduce nuestras hormonas como si fuesen un río, conviene canalizarlo; es decir, dejarse arrastrar pero dejando la cabeza afuera del agua, para ver dónde estamos yendo, porque de alguna manera tiene un efecto que potencia estupendamente sentimientos, pero con el riesgo de ir donde no quieres.