¿Cuántas veces nos vimos en esa situación tensa, indeseada, de decir o hacer algo que no queríamos, y no fuimos capaces de decir “no”? Mucho menos de poder decir lo incómodo que nos resulta. A mi querido Martín Romaña (personaje del libro “La vida exagerada de Martín Romaña”, del gran Alfredo Bryce Echenique), le sucede constantemente. Y a mi también.
Tenemos que aprender a decir que no cuando queremos decir que no, saber pedir cuando queremos pedir, saber negociar. Tener respeto a nosotros mismos; y no sólo a nosotros, sino a quien tenemos enfrente. Se trata básicamente de códigos de comunicación donde somos capaces de decidir con libertad, sin invadir la libertad de nuestro interlocutor. Es tan importante para nosotros como para el otro. Decir no es respetarnos a nosotros mismos. Entonces, puede suceder que cuando decimos “si” sin quererlo, podríamos no estar respetándonos.
Es tan complicado decir que no. Para algunos más que para otros. Hay personas que les cuesta mucho la tensión interpersonal, la que necesita para poner tu opinión a la altura de los demás, la que necesitamos para poner los intereses a la altura de los intereses ajenos. Las personas que tienen poca tolerancia a la tensión, nos cuesta mucho decir que no, tenemos que trabajarlo más. Hoy me cuesta mucho menos decir que no; lo digo por respeto a mi, pero me cuesta. A otras personas les cuesta menos de forma natural.
Hay sensaciones de culpa, miedo al rechazo, miedo a un sentimiento de aislación, de separación de nuestros pares, de “no formar parte de”. Y muchas veces, por huir del conflicto, por no querer siquiera entrar en un conflicto, nos vemos de repente diciendo que si a cosas que ni siquiera tenemos ganas. Tal como le pasaba a Martín Romaña con su Inés “luz de donde el sol la toma”.
Lo cierto es que decir que no, no significa que estamos haciendo un daño a la otra persona, o que nos vaya a rechazar. Lo que sucede es que no somos capaces de ver que un no, de mantenernos en la nuestra, es una actitud que nos ayuda, proyecta ayuda al que está frente a nosotros. Pasa mucho con los niños: permitirles todo no es una buena medida para que esa persona crezca, se haga independiente, autónoma. Más bien todo lo contrario. Tenemos que empezar a cambiar el chip de “nos van a rechazar”, “me siento culpable porque estoy haciendo daño”. Por qué? Por hacer respetar mis ideas?
La autoestima tiene mucho que ver. Es lo que permite ver que haciéndonos respetar podemos tener relaciones sanas con el resto. Las personas con poca autoestima creen que siendo sumisas, serviciales, van a conseguir relaciones sanas, fructíferas y duraderas; cuando eso va contra el sentido común: siendo sumisos lo que hacemos es desaparecer ante el otro. Seguramente no le vendremos mal al otro, le seamos útiles y nos mantenga un rato ahí hasta que consiga algo de nosotros. No nos valora ni respeta. La relación será corta, nada de nutritiva, y seguramente quedamos mal. Es, repito, lo que le sucede a Martín Romaña con Inés: él está constantemente a su servicio, hace lo que ella quiere, y ella lo termina dejando cuando él deja de serle útil.
Además de respetarse, Martín Romaña debe aprender a negociar, a tener negociaciones donde el resultado sea ganar-ganar. Aunque sea lo que se espere de mi, de las expectativas que tienen los demás de nosotros, debemos ser firmes. El tema es que nos gusta que nos quieran; es algo que buscamos desde que nacemos. Y falsamente creemos que siendo sumisos, vamos a lograrlo. Nada más lejos de ello.
A veces pensamos, erróneamente, que si perdemos para que gane otro puede ser algo bueno. NO. Lo mejor es buscar que los dos ganemos.
Un amigo está molesto porque un padre de un compañero de su hijo del colegio le pide siempre que retire a su hijo del colegio los días jueves, que luego él lo pasa a buscar por su casa. Mi amigo lo hace, lleva a los dos chicos a su casa, les da la merienda, y se queda con ellos hasta que antes de la cena, el padre del compañerito lo pasa a buscar. Siempre con la excusa que tiene que trabajar, sucede lo mismo. Y mi amigo no quiere siempre hacerlo, hay momentos que él también quiere tener un tiempo a solas con su hijo, o para él mismo, sin tener que hacer de niñera de un niño ajeno. Pero también piensa que el padre va a hablar mal de él frente a los otros padres, y eso lo incomoda mucho. Lo que debería hacer, antes que nada, es romper el hábito. El problema es que cuando haces un favor seguido dos o tres veces, se convierte en un hábito, ya pasa a ser “una obligación”. Entonces hay que romper con esa obligación enseguida. Hay muchas investigaciones que dan cuenta de ello: para el padre del compañerito, mi amigo ya tiene una “obligación” de retirar a su hijo del colegio. Tal vez hasta con una mentira, “mañana no puedo retirarlo porque tengo médico”, lo que sea. Ya está ganado un lugar. Luego, negociar, manifestar su necesidad, lo que realmente quiere. Lo importante es que nunca se convierta en un hábito.
Hay que darse permiso para decir que no. No es una obligación. Los dos generaron un hábito: uno por culpa, y el otro por aprovecharse o lo que sea. La relación no es igualitaria para ambos.
Algunos llaman a esto relación asertiva: no es sólo decir que no, es además, negociar. Para ello, lo ideal es que ambas partes sean sinceras en sus pretensiones. Que tanto uno como otro digan realmente lo que quieren, y a partir de ahí, negocian. Cuando una relación no es asertiva, se nota que esto no funcionó, se nota que no hubo un intercambio sincero, no hubo claridad.
Así pues, es importante liberarse de la sensación de culpa, quitarse los miedos y decir que no. Es fascinante la sensación de liberación que tenemos cuando lo manifestamos y nos damos cuenta que finalmente, no sucedió nada.